domingo, 11 de mayo de 2008

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tuve una tela negra larga como una ruta
para colgarme de la tarde
del pino sin hojas caía mi luto
atado al tronco
con cuerpo dormido
desafiándome
leve
un duende con violín sonreía
subía la tela
cantaba, se movía con gracia
y yo
sólo miraba mi oscuridad
en silencio mascullaba poesías
y el sol me rompía
cuando un estado de mi alma
salió deshecho por mis ojos
y saltó hacia las ramas vacías
para caer súbitamente del nido
la tela negra era la muerte
el duende tocaba en el árbol
músicas viejas
como un amor destrozado
mi estado del alma bajaba la tela
descendiendo hasta tu ausencia
para morir al sol como los gusanos
comprendo ahora que debía verlo
debía espejar estas horas malditas
debía saber que existían los duendes
debía corporizar el final
perversamente tranquila
sentada bajo el sol
sonámbula
semiviva
en ropas sucias
con la piel abrillantada
haciendo gestos de mimo
pero pintada de nada
con una nariz de payaso
que salvó mi día
y hoy puedo atestiguar
que mi estado de alma
fermentó al caer


d



3 comentarios:

Jimena Arnolfi dijo...

"descendiendo hasta tu ausencia/ para morir al sol como los gusanos (...)/ debía corporizar el final/ perversamente tranquila (...)/ semiviva"

muchas imágenes en tus poesías. muy lindo leerte. beso, dahlia.

Nomadas-Tribe dijo...

un placer descubrir tu blog Dahlia

Federico J. B. dijo...

"debía saber que existían los duendes" pero "haciendo gestos de mimo /pero pintada de nada": la violencia de soltar a lo oscuro un "pero que lindo" en voz alta sin ninguna premeditación es, creo, una meta meritoria para toda letra. Hay cosas muy lindas pero que no se dicen solas como ésta: porque ese pedazo de poesía se lée ella misma y a los gritos contra todo silencio.
Lo bueno de caer de los nidos son los nidos. Es preferible romperse las alas mil veces contra el piso que ser eternamente terrestre, y no es demasiado original declararlo. Pero poémas como éstos se léen con la clavícula del ala en la mano y se disfrutan.
Pienso, además, que en los nidos, de vez en cuando, la cosa es distinta, cuando nos toca en suerte empujar algún pajarraco al precicipio.