lunes, 25 de junio de 2007


(...) Pero son muchos los raptores que a lo largo de los siglos se sintieron atraídos por esta cautiva. Vinieron para concertar su ruina, pero se detuvieron de golpe, y la escucharon respirar dormida. Luego, suavemente, cerraron la verja y la empalizada, callaron llenos de respeto, y, sometidos, Provenza, a tus deseos, volvieron a ceñirte tu corona de vid, a plantar pinos, higueras, a sembrar melones y sólo buscaron, hermosa tierra, servirte y complacerte. Los demás te abandonarán fatalmente. Pero antes te habrán profanado. Estás acostumbrada. Los que vinieron buscando un casino, un hotel o una tarjeta postal se marcharán. Huirán, quemados, mordidos, por tu viento completamente blanco de polvo. Quédate con tus amantes bebedores de agua en botijo, los bebedores de vino seco que madura en la arena; quédate con los que sirven el aceite religiosamente, y vuelven la cabeza al pasar delante de la carne muerta; quédate con los que se levantan temprano y por la noche, ya acostados, se dejan mecer por el pequeño latido de los barcos de fiesta, en el golfo, quédate conmigo. (...)


Colette
de
El nacer del día

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