Si abro la panza con bisturí de nácar o de palabra
habrá vísceras y eso no es más incómodo que tenerlas dentro: entrañas que
rebalsan gruesas mariposas de grasas vegetales y sabia savia de cantos graves
como el sonido de Saturno si se graban sus emisiones energéticas, entrañas que
te abrirán la piel entonces más sangre brotará entre las grietas porque su filo
de carne cruda es implacable con las manos abiertas. Que no te sorprenda jamás
tanta belleza de caverna inquieta, de arraigo que no cesa y te increpa en los
mares de tu rabia, por años estabilizada y serena, se hacen fuertes los
cardúmenes que se silencian, ¡y ya no más! ¡basta de tanta hoguera! Esta vez
solo será lo crudo, no habrá tiempo para pensar en cenizas porque el ahora es
bien fresco y jugoso, nada sabe de humos, sólo alimenta al fuego en su estado
más puro de recién nacido que grita fuerte, que abre a su madre, que quiere
vivir pero mientras tanto mata y corta lo sólido, seca lo húmedo. Ahora se flota adentro de una entraña que ha
visto la luz. Se está. Se sostiene la espesura de sangre en la gota que pende
de una altiva mariposa en pleno vuelo. Ella es la Diosa, la verdadera
iridiscencia, el sostén de todo arraigo con la tierra que te parió, amigo mío,
no estamos solos en esta contienda, no temas a tu desnudez más rancia porque
llegamos al tuétano de la existencia mientras nos vamos cocinando en un caldo
que el sol prepara con flechas de cielo para atravesarnos el corazón que
entonces ya no latirá porque seremos guiso.
¡Abran cancha que viene la sangre!
¡Levanten los puentes! ¡pasen!
Aquí no cabe un alma, moriremos de aplastamiento.
Tal vez.
O vendrá por nuestra redención la Santa Euforia de
los Silencios.
Y nos besará los pies como tantos Cristos han hecho
sin resultado más que una buena patada en plena cara y la pérdida parcial de
una dentadura abatida por la dureza del pan de la historia, repetida hasta el
hartazgo, repetida hasta hacerme llorar, repetida tantas veces como un mantra
ciego, repetida hasta memorizar cuántos pelos tiene en la axila esa señora
llamada Esperanza, repetida hasta que un día alguien se suicidó porque no
quería volver a ver la cara de la historia que le voló tantas veces los dientes
a Cristo hasta dejarlo mudo y de paso un poco sordo del golpe, repetida tantas
veces que unos cuántos volvieron a suicidarse pero Cristo sigue poniendo la
mejilla y vos le decís ¡no! ¡pará! ¡besale otra parte del cuerpo! Pero es
tarde. Parece que los ciclos se cumplen inexorablemente y llega la parca para
sonreír en medio del campo mientras patea cráneos tan enterrados en esa tierra
hueca que apenas se sobresalen un poco pero vos sabés que son muertos porque
está Ella, la redentora, que vendrá a obedecernos porque queremos destrucción
sin retorno, ya no querremos esto, ya no más repetición de los ciclos de esta
historia obtusa, ya no más, Parquita, pero no, mis pies dejalos, siento que voy
a darte una patada en plena cara, siento que te hablo pero no me escuchás ya
porque esto capaz sea un sueño, Parca ¡no me beses los pies! Que voy a golpearte,
Parca, Parquita, ¡cuidado! Es peligroso, tal vez no puedas, tal vez no seas,
tal vez no, ¿qué pasa? ¿qué es lo que vuela? ¿este manojo de huesos es la
esperanza? Cuidado, estoy tan sola, ¿dónde está el tuétano? Santa Euforia de
los Silencios…
1 comentario:
Tremendo texto, Santa Euforia!
huellas
muchas imágenes poderosas
de patadas en la cara
de historia obtusa
y de campos donde apenas
se ven los cráneos enterrados.
Y una oda a a la desesperanza
reinante por momentos.
Seré tarado por esperanzado?
riman?
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