martes, 8 de agosto de 2006

( )

romeo de luto
Hace unos largos meses leí Tombuctú, de Paul Auster, recuerdo haberlo leído con una ansiedad que me hizo recorrer la historia del can y su Sinfonía de Olores a una velocidad inusitada viajando desde Lomas a Ramos Mejía a bordo del colectivo 406, un largo viaje en el que mis ojos iban más rápido que el rugiente transporte. Hoy vino a mi memoria ese libro, ese viaje, después de haberme enterado de la muerte de Carbonilla y su compañera: Los perritos del barrio, nada inhabitual, con su marcada rutina diaria, yendo a la casa del diariero todas las madrugadas para que haga el reparto. Siempre juntos, inseparables, los ví a lo largo de estos 2 últimos años merodeando las cuatro esquinas tan fieles, tan guardianes, tan perros de barrio pero a su vez tan inusuales. Siempre que los ví (todos los días al cruzar Larroque insultando a los automovilistas impunes) me llamó la atención su temple. Nadie puede decirme que un perro no siente después de haber visto cómo Carbonilla acompañaba junto a ella a los nenes a la escuela todos los días, religiosamente.
Recuerdo también que el protagonista del libro terminó viajando hacia Tombuctú de la misma forma en la que ellos lo hicieron, con un día de diferencia.
Carbonilla cruzaba la calle con una facilidad sorprendente, el semáforo le avisaba a él lo que parecía que los razonables seres a bordo de tutúes no comprendían. No he visto imagen más preciosa en esas esquinas metálicas que la de ellos dos juntos echados al sol, horas enteras. Nunca pude conseguir el más mínimo gesto de parte de ellos, mi esmero por conseguirlo entre saludos hiperkinéticos y alfajores fue inagotable, aunque con sólo ver a Carbonilla mirarme con esos ojos que decían tanto, esa mirada de un perro que sabe mucho más del cielo que todos nosotros y sólo conoció calles y transeúntes de los que hizo su reino entre tiranos, se me acomodaba el mundo y seguía mi rumbo.
Me pregunto todavía por que una vida tan significante no vale como la del señor que no frenó su instinto de velocidad. Me pregunto cómo se pudo dejar yacer a una luz que se apagaba y olvidarse en casa mirando tv. Me pregunto si el diariero habrá notado que la noche entraba por su casa más oscura que nunca unos minutos más tarde que las 3 am. Me pregunto por que la verdad acerca de un alma diáfana sólo puede ser revelada en un libro que seguramente estremece de ilusión y ternura a cualquiera que no comprenda cuan cierto és que ellos dialogan sabios, dicen con su paso rítmico lo que yo no puedo con mis recursos lingüísticos trabándose por dentro a destiempo, y me pregunto también por que dicen que el amor es humano. Por que ella, el sábado, luego de haberlo visto a Carbonilla casi en Tombuctú, se fue con el. Se dejó llevar por otro automóvil fugaz. Fue otra rima de la vida? (de la muerte?)
La muerte siempre rima.
Hoy crucé nuevamente Larroque pero ya sin insultar a nadie. Esta vez me hundí en un silencio que rodeó la silueta de su ausencia en la esquina en donde un rayo de sol invernal pareció señalarme que estaban juntos en Tombuctú ladrándole al viento.
No voy a despedirme.
Sólo abriré el libro: tal vez los encuentre.
D

No hay comentarios.: