Un libro nunca teme al silencio. Se cierra
tranquilamente a reposar su historia y ya no dice. Como si el respeto tuviera
perfume, su lomo desprende aromas que sólo
se huelen en un buen sueño y cuando se aproxime la hora de conocer su ternura o
su espanto. De a poco irá viniendo el momento, un libro sabe esperar, no acosa,
en su anaquel soporta las inclemencias del polvo y a veces lo envuelve su
encanto. Un libro aguarda sin angustias poder ser abierto como una ventana.
Dirá, por ejemplo, como un viejo amante que sonríe ante sus ojos adorados -¡hay
tan poca gente que ame los paisajes que no existen!- y tal vez sea ése un breve
suspiro final mientras lo cierran con todas sus ilusiones intactas: No morirá
aunque lo maten, pero arderá si lo queman.
Un libro nace en el silencio. Sus hilos de fibra
iridiscente sostienen el peso de cada hoja en su lugar con firmeza mientras
cada momento sin ruido es nido en donde pareciera que piaran los pájaros que se
le escapan a tanta imaginería de algún poeta que aún vuela mirando un fuego en
el año 1987, cuando su mujer ya era madre y dormía, cuando lloraba de hambre su
primer hijo y él amasaba un pan para desayunar el otoño. Esa poesía parecía que
se le escapaba por la mirada, tal vez Roberto escribiera por los ojos, tal vez
dijera en esa noche algo nunca escrito, las posibilidades de aquel recuerdo se
esparcen como pelusas en estas hojas que miro. Roberto de Marzo, Roberto
amanecido, Roberto que flota dentro del libro y así llena toda la casa, Roberto
dice que un poeta mira dentro de los
años/ su vaso de vino contra la corriente, y así se queda dormido.
Un libro dura en el silencio. Y si fuera tejido
artesanalmente dicen que el tiempo no lo molesta. Existen treguas secretas que
han hecho algunos libros y el tiempo. Y existen hojas color madera que son
gruesas y livianas, suaves como piel y llevan inscripciones como tatuajes, son
poemas que viven para renacer aunque no mueran, porque tienen un cuerpo al
tacto y un olor y un color de textura que incita a recorrer sus mundos como una
niña que se hace su casita en el árbol. Un sol taciturno / encendido aún contra los
cipreses / del crepúsculo lila serán tal vez los pájaros que confirmen,
suntuosos, la verdadera existencia del paisaje real concebido en el tiempo del
libro que aguarda tranquilo en el mayor de los reposos que unas manos lo
encuentren para llenar la casa de voces nuevas, y la esperanza como desesperada
se hará poema desde una línea atemporal en donde ambos, lector y poeta, caminan
juntos sin saber qué vendrá.