Llamó a mi ventana un viento huérfano que traía frutas desconocidas… pensé que venía arremolinado desde el centro de la tierra, Vishuda generoso, trayendo sus regalos llenos de llorar…
este viento misterioso me hizo pensar en la verdad. Porque traía una tierra líquida, y un pedazo de cielo que rebotó en el vidrio, y fui a buscarlo al jardín, lo perseguí enredado entre las plantas, buscando su lugar en las piedras, se quedaba quieto justo en un tronco, justo en la madera. Y vi aire de tierra, pieles verdes con ojos humanos, ojos negros en pieles de otros mundos. Una luz en su fruta cegó mi conducta, unas uvas amargas me hicieron toser. ¿De dónde venía, cansado de haber traspasado los cuerpos? ¿por qué su tristeza, y el polvo gris de un mundo perdido? Este viento viene del mar. Y de sus cavernas ultramarinas. El fondo del océano es más cercano aun que nuestra propia existencia en esta pequeña frontera infinita, el occidente interior, la carne del reloj que nos late. Fueron los párpados transparentes de su mirada en calma, que bajaron como barcos naufragantes en los barrios de la tempestad moderna. “Vivimos dentro de una tormenta”, me dije. Pero esos barcos que se hundían en mi jardín mostraron que la turbulencia era inútil porque nuestro corazón es impermeable, y comprendí por qué los barcos siempre me provocaron nostalgia. Algo perdido estaba de vuelta, Vishuda en sus manos traía la fruta prohibida, la ignorancia, la humildad. Saboreando mi humanidad me saqué los zapatos. La tierra nunca había latido tan fuerte. El cosmos me hacía el amor. Vishuda y sus elefantes de brisa, la luz de los cuerpos, pedazos de cielos, auroras boreales y polos concéntricos… el misterioso momento de la meditación…
el silencio sagrado de la montaña y el río que nunca bebe de sus aguas.
Las macetas rebosantes de cielos quietos. Espuma en los ladrillos de mi pared. Mineral.
Nogal lleno de regalos, regalos llenos de llorar, gotas con inscripciones viejas.
Arena en el viento huérfano, lo raspa, y el sol en mi ventana quema.
Luego,
salí de mi casa.
Y pude vivir un rato, partir el huevo, romper al mundo.
Ahora, tras las piedras, mi destino cosido a la espalda de un gorrión que no sabe volar.
d.
lunes, 23 de mayo de 2011
sábado, 7 de mayo de 2011
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