miércoles, 29 de marzo de 2017

A Roberto García Otero

Un libro nunca teme al silencio. Se cierra tranquilamente a reposar su historia y ya no dice. Como si el respeto tuviera perfume,  su lomo desprende aromas que sólo se huelen en un buen sueño y cuando se aproxime la hora de conocer su ternura o su espanto. De a poco irá viniendo el momento, un libro sabe esperar, no acosa, en su anaquel soporta las inclemencias del polvo y a veces lo envuelve su encanto. Un libro aguarda sin angustias poder ser abierto como una ventana. Dirá, por ejemplo, como un viejo amante que sonríe ante sus ojos adorados -¡hay tan poca gente que ame los paisajes que no existen!- y tal vez sea ése un breve suspiro final mientras lo cierran con todas sus ilusiones intactas: No morirá aunque lo maten, pero arderá si lo queman.
Un libro nace en el silencio. Sus hilos de fibra iridiscente sostienen el peso de cada hoja en su lugar con firmeza mientras cada momento sin ruido es nido en donde pareciera que piaran los pájaros que se le escapan a tanta imaginería de algún poeta que aún vuela mirando un fuego en el año 1987, cuando su mujer ya era madre y dormía, cuando lloraba de hambre su primer hijo y él amasaba un pan para desayunar el otoño. Esa poesía parecía que se le escapaba por la mirada, tal vez Roberto escribiera por los ojos, tal vez dijera en esa noche algo nunca escrito, las posibilidades de aquel recuerdo se esparcen como pelusas en estas hojas que miro. Roberto de Marzo, Roberto amanecido, Roberto que flota dentro del libro y así llena toda la casa, Roberto dice que un poeta mira dentro de los años/ su vaso de vino contra la corriente, y así se queda dormido.

Un libro dura en el silencio. Y si fuera tejido artesanalmente dicen que el tiempo no lo molesta. Existen treguas secretas que han hecho algunos libros y el tiempo. Y existen hojas color madera que son gruesas y livianas, suaves como piel y llevan inscripciones como tatuajes, son poemas que viven para renacer aunque no mueran, porque tienen un cuerpo al tacto y un olor y un color de textura que incita a recorrer sus mundos como una niña que se hace su casita en el árbol.  Un sol taciturno / encendido aún contra los cipreses / del crepúsculo lila serán tal vez los pájaros que confirmen, suntuosos, la verdadera existencia del paisaje real concebido en el tiempo del libro que aguarda tranquilo en el mayor de los reposos que unas manos lo encuentren para llenar la casa de voces nuevas, y la esperanza como desesperada se hará poema desde una línea atemporal en donde ambos, lector y poeta, caminan juntos sin saber qué vendrá.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Santa Euforia de los Silencios

Si abro la panza con bisturí de nácar o de palabra habrá vísceras y eso no es más incómodo que tenerlas dentro: entrañas que rebalsan gruesas mariposas de grasas vegetales y sabia savia de cantos graves como el sonido de Saturno si se graban sus emisiones energéticas, entrañas que te abrirán la piel entonces más sangre brotará entre las grietas porque su filo de carne cruda es implacable con las manos abiertas. Que no te sorprenda jamás tanta belleza de caverna inquieta, de arraigo que no cesa y te increpa en los mares de tu rabia, por años estabilizada y serena, se hacen fuertes los cardúmenes que se silencian, ¡y ya no más! ¡basta de tanta hoguera! Esta vez solo será lo crudo, no habrá tiempo para pensar en cenizas porque el ahora es bien fresco y jugoso, nada sabe de humos, sólo alimenta al fuego en su estado más puro de recién nacido que grita fuerte, que abre a su madre, que quiere vivir pero mientras tanto mata y corta lo sólido, seca lo húmedo.  Ahora se flota adentro de una entraña que ha visto la luz. Se está. Se sostiene la espesura de sangre en la gota que pende de una altiva mariposa en pleno vuelo. Ella es la Diosa, la verdadera iridiscencia, el sostén de todo arraigo con la tierra que te parió, amigo mío, no estamos solos en esta contienda, no temas a tu desnudez más rancia porque llegamos al tuétano de la existencia mientras nos vamos cocinando en un caldo que el sol prepara con flechas de cielo para atravesarnos el corazón que entonces ya no latirá porque seremos guiso.
¡Abran cancha que viene la sangre!
¡Levanten los puentes! ¡pasen!
Aquí no cabe un alma, moriremos de aplastamiento. Tal vez.
O vendrá por nuestra redención la Santa Euforia de los Silencios.

Y nos besará los pies como tantos Cristos han hecho sin resultado más que una buena patada en plena cara y la pérdida parcial de una dentadura abatida por la dureza del pan de la historia, repetida hasta el hartazgo, repetida hasta hacerme llorar, repetida tantas veces como un mantra ciego, repetida hasta memorizar cuántos pelos tiene en la axila esa señora llamada Esperanza, repetida hasta que un día alguien se suicidó porque no quería volver a ver la cara de la historia que le voló tantas veces los dientes a Cristo hasta dejarlo mudo y de paso un poco sordo del golpe, repetida tantas veces que unos cuántos volvieron a suicidarse pero Cristo sigue poniendo la mejilla y vos le decís ¡no! ¡pará! ¡besale otra parte del cuerpo! Pero es tarde. Parece que los ciclos se cumplen inexorablemente y llega la parca para sonreír en medio del campo mientras patea cráneos tan enterrados en esa tierra hueca que apenas se sobresalen un poco pero vos sabés que son muertos porque está Ella, la redentora, que vendrá a obedecernos porque queremos destrucción sin retorno, ya no querremos esto, ya no más repetición de los ciclos de esta historia obtusa, ya no más, Parquita, pero no, mis pies dejalos, siento que voy a darte una patada en plena cara, siento que te hablo pero no me escuchás ya porque esto capaz sea un sueño, Parca ¡no me beses los pies! Que voy a golpearte, Parca, Parquita, ¡cuidado! Es peligroso, tal vez no puedas, tal vez no seas, tal vez no, ¿qué pasa? ¿qué es lo que vuela? ¿este manojo de huesos es la esperanza? Cuidado, estoy tan sola, ¿dónde está el tuétano? Santa Euforia de los Silencios…

jueves, 2 de marzo de 2017

que hablen ellos

La vaquita de San Antonio un día se sacó el nombre, y voló
Liviana sobre pezones agrietados vio pasar un tren dormido
Madres tiesas, niños fríos, comían bichos del destino
Ella avanza, ya no es vaca
Ella avanza, ya no es santa
Sin Antonio y sin olvido vuela sobre los caminos
A los peces les avisa que no suban
Los pollitos hacen fila mientras vuelan
A escuchar secretos de su pequeña abuela
Redondita, con manchitas, les cuenta que no vengan

Que no rompan el huevo para qué nacer.