lunes, 29 de octubre de 2007

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sombra despiadada serpenteando los rincones
un silencio parecido a la más hermosa muerte
pude haber sido intermitente aunque líquida, lluvia
y soy la enamorada del muro que alguien alimenta con fertilizantes
con químicos amantes

de mi manera obsoleta ahora pronuncio la nada
y las hilachas de aquella carne hecha de páginas y cuentos nuevos
no pueden enlazarse
inacabables intersticios que chupan y deshacen

y el letargo
y la agonía ajena
el devenir finito como las pieles de abuelos
la juventud caduca como todos mis cuentos
¿Dónde podré encontrarte,
personaje ficción, personaje carne?
he sabido que siempre andas en uno mismo
he oído que la crueldad de nacerte es una alquimia fugaz
y sólo cuadros de vidas disímiles concuerdan en algo:
en ésta biología podredumbre mal llamada existencia
que se retuerce queriendo brillar con una luz sospechosa
amarillo de bilis
amarillo de otoño
amarillo el calor de los trenes demonios
¿Y dónde, dónde te apersonarás, Ángel Exterminador?
¿Seré entera, sabré responderte?

somos todos asesinos,
no es paranoia,
es el sol de la tarde:
dejamos ahogados a nuestros niños en un riachuelo podrido
con intuiciones y juegos, con purezas sin nombres,
¿Y cómo, después, seguir falseando al lánguido destino?
¿Soy un cadáver de mí?
una sustancia viscosa con ojos y dientes anónimos emerge de las cañerías
la infancia perdida, el día,
la ciudad comprimida


esto no es poesía


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martes, 2 de octubre de 2007

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Alguien dijo una vez que sus ojos eran sinceros. Que el estrepitoso descenso de sus párpados cortinados a mitad del carmín de las venas reventadas sobre el blanco, era bello porque expresaba en si mismo el estado indecible de su alma. Mi madre también dijo, durante mi pequeñez acomplejada por armonías rotas del cuerpo que comenzaba a ser mío, que las narices grandes generaban respeto: presencia ineludible en el mundo: un “¡aquí estoy!” imposible de ignorar.

Hoy llueve.

Me parece que cae agua del cielo con fisonomía propia. Cada gota dibujando una piel, una mirada llevada con pesadez, una boca prodigiosa que canta composiciones desconocidas, una nariz delicada disolviéndose en polvos blanquecinos. ¿Cómo llevamos la libertad de un rostro en las correntadas de esta era venenosa de reclusiones y aislamientos? Las presiones dictatoriales de los tiempos que corren son sombra y asfixia para el candor de una simple sonrisa. Los trenes, el supermercado, un parque y mi hogar, vidrieras que exponen las complexiones forzadas de caras en serie. Pureza extinta o quizás enjaulada tras los gestos que vamos practicando con automatismo, clavándolos en la viveza y el movimiento de la sangre. Quizás por eso un rostro calmo me obnubile... de alguna manera, cuando la integridad de la niñez florece en la expresión cadente y natural de un rostro, como un pétalo suaviza algo en mi: ojos que no esquiven ni cambien su visión por gafas negras, pupilas menos dilatadas o bocas serenas. Esta lluvia no amaina, una tormenta se avecina. La presencia ineludible se achica, las gotas rugen sobre las chapas del techo y una boca hinchada se abre con dolor, se desgarra en su extrema tersura, y los ojos que imaginé en el aplomo del agua, flotan bajo nubes impenetrables: chorrean lluvia. Relampaguean. Oigo un trueno. Lloran viento. Alguien dijo una vez que sus ojos eran sinceros.
//Pintura René François Magritte //


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lunes, 1 de octubre de 2007

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Clarea. Los pájaros alborotan la aurora. Apenas me animo a contemplar la inminente mañana; pero, mierda, soñé otra vez aquél camino montañoso en el que intento adentrarme pero nunca puedo. ¿Cuál será la razón profunda, la raíz nutrida y espinada que enterró ese cuadro onírico reincidiendo en mi, generando el sigilo propio de un mundo ajeno que visito sin mi cuerpo? ¿Hacia dónde se tuercen esas tierras que entreveo, de las que regresan carruajes con personajes huraños y taciturnos, abstraídos en visiones que necesito descubrir? El despertar me agobia. Los soñares generan abstinencia. ¿Tantos enigmas, excesivos símbolos que no logran cerrarse en sí mismos y remiten una y otra vez a su extrañeza? ¿Debiera, esta tarde húmeda de juntar lluvia para las orquídeas del despertar, sentarme a escribir este pálpito loco que remueve mis ansias? ¿de qué se trata soñar? ¿adentrarse en la turbulencia inmanente a mis desconocimientos interiores, transformada hace años en rutas verticales hacia nubes pálidas, en mares que me persiguen, en huidas pendientes e historias inverosímiles que narcotizan? Toda jornada subyuga la clave que necesitaba. Caerá la noche, negra de luto y de luto estrellada... el día a día es un ir muriendo que nos embelesa, pero el cuerpo pasajero importa menos que esas fiestas de aura sempiterna a las que me siento psicológicamente invitada. La muerte invade también mis soñares, el despertar es la muerte. Los empuja al umbral de un olvido criminal, la desmemoria de una fábula que no se deja ser escrita porque el lenguaje es carcelero. Ver el día es mancharlos. Los soñares, ligeras revoluciones...


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