lunes, 24 de septiembre de 2007

*





(...)
Y miro las flores y sonrío...
No sé si ellas me comprenden
Ni si yo las comprendo a ellas,
pero sé que la verdad está en ellas y en mi
y en nuestra común divinidad
de dejarnos ir y vivir por la Tierra
y llevar en brazos por las estaciones contentas
y dejar que el viento cante para adormecernos
aflojando, y sin sueños en nuestros sueños.

de Fernando Pessoa /
Alberto Caeiro
XXXVI

domingo, 2 de septiembre de 2007

duraznillo de agua

Un amargor perenne florece, lo sé, es domingo y tendré que abnegarme a la infección de la tarde. A mi alrededor he venido colocando, hace algunos meses, fragmentos de vidas pasadas en un tono infantil, dispuestos ornamentalmente y -he notado-, con aquella inocente ilusión que me caracterizaba cuando los soñares perfumaban intervalos azules. Ahora palpo imágenes que levitan contradiciendo esta pausa,
entierran este presente detenimiento,
su belleza verosímil y colorida genera una indescriptible sensación de
asfixia.

Guardo algunas capacidades intactas todavía, aunque sorpresivamente me he descubierto hoy
(un día entre sucesiones de hábitos – un febril domingo estival)
anciana prematura,
roída gracia,
pausa inmóvil.

No espero nada.

Esta cueva de introspecciones me anida en una morada en la que soy un pez con largo camino por recorrer.
Aguas turbias vía incierta.
El destino no interesa.
Imagino a Pessoa experimentando el perfecto tedio, puliéndolo, durante toda su vida aquella sensación vívida y estimulante, aunque en mí todo es escenario y se asemeja a un simulacro de divagaciones. Recuerdo una frase suya semejante a el río de mi vida ha finalizado en un mar interno, no con exactitud sino con gris entusiasmo. El naufragio. Las figuras de juventudes y embarcaciones de velas altas superponiéndose con un piano que hace eco y es inaudible. Si quisiera erguir la voluntad de libertades al menos podría engañarme un rato, sin embargo, conservo la certeza de la fragilidad de aquella ficción.
Así,
saldría a caminar las calles rectas de mi barrio silencioso e intentaría reconocer en la urbanidad la pequeñez magnífica, el tallo de la estoica orquídea. Para los extinguidos en su prototipo humillante se cerrarían bajo millones de llaves las puertas ya carceleras de sus hogares asesinos, y saldrían de las casas las mareas de soñadores con sus guitarras y sus miserias, algunas mujeres con sus camisones abiertos cantarían llorando la culpabilidad que las atormenta, reinaría la amoralidad y la sensualidad de la tarde y habría banquetes de polvo para los marginados que reconocerían como propia la calle que los contuvo. Pero nada de eso sucede.

Desvarío. Todo se guarda en gestos de vergüenza y cajones para dos.

Este domingo arrinconado apenas musita la sombra de lo indecible y la vejez se infla cuando soplo al desasosiego. Inspiran pureza esos ornamentos del pasado que flotan en mi habitación moldeando al desconsuelo.
A mis espaldas hay un colchón intenso de un blanco viejo en el cielo, de alguna manera la atmósfera afirma el signo de resignación. La vacuidad regenerativa se desdobla y gotea palabra sobre palabra, un vuelo de torcazas distrae la prosa que intento retener pero se me va en las alas de los guardianes del cielo bonaerense.

Debí haber permanecido intacta, amparada en el umbral de lo que no debe circular porque se mancha. Ahora me reconozco como un conglomerado de atrofizaciones, una incógnita, una bolsa de arpillera que contiene secretos recelosos entre sí.

//De vez en cuando retomo la estela de la mentira como siguiendo a una estrella que ya está muerta, ese mínimo viaje nocturno rebota en los confines de mi desprecio aunque sonrío, indulgente y risueña.//

He dejado aquí la huella que debería seguir para desenmarañarme pero el cansancio de todo baja el telón, giro la cabeza, respiro sin ganas el aire prometedor que refresca mi habitación, desenfundo el cielo imaginativamente y hasta el sol se atreve en sueños a bañar este domingo.

lapso luminoso - - - se apaga

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